El presidente Vaclav Klaus negó la ratificación del Tratado de Lisboa hasta no conocer el resultado de la consulta en Irlanda, que ayer confirmó el 'Sí'
04.10.09 - 11:17 - FERNANDO PESCADOR BRUSELAS/ La Verdad
04.10.09 - 11:17 - FERNANDO PESCADOR BRUSELAS/ La Verdad
Hoy debería ser un día grande para Europa. Los irlandeses ratificaron ayer -por fin-, tras el referendo del viernes, el Tratado de Lisboa y los nuevos fundamentos jurídicos de la Unión Europea, muy trabajosamente puestos a punto para darle a esta extraña construcción política las herramientas de que precisa para defenderse en la era de la globalización, tendrían que estar listos para el uso.
No es así. Vaclav Klaus, el presidente checo, uno de esos personajes atípicos con el que las democracias, sobre todo las jóvenes, topan en su trayectoria, ha movilizado a un pequeño grupo de 17 senadores adeptos para que interpongan un recurso -el segundo de su género- ante el Tribunal Constitucional checo, con la esperanza de que el tiempo requerido para sustanciarlo facilitará el tránsito político en Reino Unido, donde el candidato 'tory', David Cameron, se ha comprometido a celebrar un referéndum sobre el nuevo Tratado.
Londres ha dado por concluido el trámite de ratificación de Lisboa pero Cameron se basa en una disposición británica según la cual la adscripción britanica a un tratado internacional es revisable, en tanto en cuanto todas las partes concurrentes no lo hayan ratificado.
Castillo contra el Tratado con los cimientos de barro
De otro lado Lech Kazcynski, el también contumaz euroescéptico presidente polaco, ha negado su firma al documento, preceptiva para el depósito de los instrumentos de ratificación, hasta que se conociera el resultado del referéndum irlandés. En teoría, y por lo tanto, el polaco tendría que firmar ahora, luego este obstáculo debería desaparecer inmediatamente.
Lo del checo es algo más complicado. La Corte Constitucional del país está obligada a dar una respuesta a los interpelantes. Ya lo hizo una vez, y a favor del Tratado de Lisboa, cuando un grupo similar de senadores, también instigados por Klaus, interpuso recurso de inconstitucionalidad contra una serie de artículos del nuevo Tratado que a los requirientes les parecían particularmente problemáticos. Ahora es el conjunto del texto el recurrido.
El castillo levantado por Klaus contra el Tratado de Lisboa tiene, sin embargo, los cimientos de barro. El presidente checo puede creerse cabalgando el arco iris, por encima de la tormenta y las fatigas cotidianas, pero su país no lo está y ha atraído sobre él todas las iras de sus socios europeos.
No es cosa menor esa. En los Sesenta, Charles de Gaulle aplicó durante 6 meses a la CEE lo que él mismo denominó la «política de la silla vacía», por desavenencias con los restantes 5 socios del club sobre la Política Agrícola Común. Pero la UE de nuestros días no es la de 1966 y tampoco la República Checa, por mucho que le duela a Klaus, Francia. De modo que la delegación checa que acuda los 29 y 30 del mes en curso al Consejo Europeo de Bruselas va a verse sometida a una presión enorme que buscará o la retirada del recurso, o la aceleración del trámite para que la Corte sancione lo antes posible. Ya hay indicios de que el Tribunal podría no compartir la morosidad intencionada de Klaus; en fin, que pretende zanjar el asunto a finales de año o comienzos del próximo.
No es así. Vaclav Klaus, el presidente checo, uno de esos personajes atípicos con el que las democracias, sobre todo las jóvenes, topan en su trayectoria, ha movilizado a un pequeño grupo de 17 senadores adeptos para que interpongan un recurso -el segundo de su género- ante el Tribunal Constitucional checo, con la esperanza de que el tiempo requerido para sustanciarlo facilitará el tránsito político en Reino Unido, donde el candidato 'tory', David Cameron, se ha comprometido a celebrar un referéndum sobre el nuevo Tratado.
Londres ha dado por concluido el trámite de ratificación de Lisboa pero Cameron se basa en una disposición británica según la cual la adscripción britanica a un tratado internacional es revisable, en tanto en cuanto todas las partes concurrentes no lo hayan ratificado.
Castillo contra el Tratado con los cimientos de barro
De otro lado Lech Kazcynski, el también contumaz euroescéptico presidente polaco, ha negado su firma al documento, preceptiva para el depósito de los instrumentos de ratificación, hasta que se conociera el resultado del referéndum irlandés. En teoría, y por lo tanto, el polaco tendría que firmar ahora, luego este obstáculo debería desaparecer inmediatamente.
Lo del checo es algo más complicado. La Corte Constitucional del país está obligada a dar una respuesta a los interpelantes. Ya lo hizo una vez, y a favor del Tratado de Lisboa, cuando un grupo similar de senadores, también instigados por Klaus, interpuso recurso de inconstitucionalidad contra una serie de artículos del nuevo Tratado que a los requirientes les parecían particularmente problemáticos. Ahora es el conjunto del texto el recurrido.
El castillo levantado por Klaus contra el Tratado de Lisboa tiene, sin embargo, los cimientos de barro. El presidente checo puede creerse cabalgando el arco iris, por encima de la tormenta y las fatigas cotidianas, pero su país no lo está y ha atraído sobre él todas las iras de sus socios europeos.
No es cosa menor esa. En los Sesenta, Charles de Gaulle aplicó durante 6 meses a la CEE lo que él mismo denominó la «política de la silla vacía», por desavenencias con los restantes 5 socios del club sobre la Política Agrícola Común. Pero la UE de nuestros días no es la de 1966 y tampoco la República Checa, por mucho que le duela a Klaus, Francia. De modo que la delegación checa que acuda los 29 y 30 del mes en curso al Consejo Europeo de Bruselas va a verse sometida a una presión enorme que buscará o la retirada del recurso, o la aceleración del trámite para que la Corte sancione lo antes posible. Ya hay indicios de que el Tribunal podría no compartir la morosidad intencionada de Klaus; en fin, que pretende zanjar el asunto a finales de año o comienzos del próximo.
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