El ascenso conservador, salvo escasas excepciones, no oculta el toque de atención dado en las urnas al proyecto comunitario y concretado en una elevada abstención
08.06.09 -
FERNANDO PESCADOR
CORRESPONSAL. BRUSELAS
El 43,39% de participación, o lo que es lo mismo, una abstención del 56,1%. Un total de 213 de los 375 millones de votantes llamados ayer a las urnas para elegir un nuevo Parlamento Europeo, al que el Tratado de Lisboa hará el más poderoso en toda la historia de la UE, desatendieron los llamamientos a la responsabilidad democrática emitidos desde partidos nacionales e instituciones y decidieron quedarse en casa. Un menosprecio en toda regla al proyecto común y un toque de atención a la clase política, cuyos apremios no han sido tomados en consideración por amplísimos estratos de la ciudadanía.
Los primeros datos globales llegados a la capital comunitaria sobre el desarrollo de las elecciones daban noticia de un retroceso generalizado de la izquierda en Europa, salvo en Grecia, Dinamarca y Eslovaquia. En los grandes países de la Unión, las formaciones de la izquierda clásica constataban retrocesos muy notables, como eran los casos de Francia, Alemania o Reino Unido, donde el retorno de los conservadores euroescépticos al poder en las legislativas del próximo año se da ya por seguro.
La derecha, en términos también muy generales, aparecía como ganadora de los comicios, pero a través de expresiones muy dispares: desde los islamófobos holandeses del Partido de la Libertad hasta los democristianos de la CDU-CSU alemana, abiertamente proeuropeos, pasando por los euroescépticos de Libertas, los conservadores austriacos del OVP y su alter ego antieuropeo FPO o la extrema derecha que encabeza el BZO.
En Hungría, el partido de extrema derecha Jobbik optaba a dos escaños, lo mismo que los ultranacionalistas rumanos del PRM (Partido de la Gran Rumania) o el asiento que cabía atribuir, en el estado en el que el recuento se encontraba al cierre de esta edición, a los ultranacionalistas eslovacos del SNS.
El cuadro resultante de estos comicios, aunque mucho más difícil de traducir a grupos de representación parlamentaria que en las ocasiones precedentes, parece despejar las dudas que existían sobre el apoyo de la nueva Eurocámara al actual presidente de la Comisión, José Manuel Durao Barroso, para que permanezca en el cargo durante un nuevo mandato de cinco años. A pesar de que Daniel Cohn-Bendit desde Francia llamaba ayer a la rebelión de la izquierda contra esa revalidación del mandato del político portugués, fiado en los buenos resultados de los Verdes en todo el continente, lo cierto es que el Europarlamento de centroderecha que resulta de las urnas no va a prestar nunca su apoyo a un candidato de izquierdas.
Voluntad común
Otra cosa es que entre las diferentes formaciones de derecha que van a sentarse en el hemiciclo alcance a definirse una voluntad común sobre un candidato -Barroso-, que encarna mejor que nadie la imputación de distante, gris, burocrática y marrullera con la que comúnmente se identifica -léanse los resultados que traducen las urnas y la abstención- al proyecto de construcción comunitaria.
Acusado frecuentemente de imprevisible, irresponsable, endofágico y narcisista, el Parlamento Europeo que resulta de estas elecciones es el más heterogéneo de su historia. En su seno van a convivir las corrientes proeuropeas clásicas con una galaxia de movimientos contrarios al proyecto común, algunos de los cuales llegan a la institución con el propósito, liso y llano, de dinamitar su ejecutoria.
08.06.09 -
FERNANDO PESCADOR
CORRESPONSAL. BRUSELAS
El 43,39% de participación, o lo que es lo mismo, una abstención del 56,1%. Un total de 213 de los 375 millones de votantes llamados ayer a las urnas para elegir un nuevo Parlamento Europeo, al que el Tratado de Lisboa hará el más poderoso en toda la historia de la UE, desatendieron los llamamientos a la responsabilidad democrática emitidos desde partidos nacionales e instituciones y decidieron quedarse en casa. Un menosprecio en toda regla al proyecto común y un toque de atención a la clase política, cuyos apremios no han sido tomados en consideración por amplísimos estratos de la ciudadanía.
Los primeros datos globales llegados a la capital comunitaria sobre el desarrollo de las elecciones daban noticia de un retroceso generalizado de la izquierda en Europa, salvo en Grecia, Dinamarca y Eslovaquia. En los grandes países de la Unión, las formaciones de la izquierda clásica constataban retrocesos muy notables, como eran los casos de Francia, Alemania o Reino Unido, donde el retorno de los conservadores euroescépticos al poder en las legislativas del próximo año se da ya por seguro.
La derecha, en términos también muy generales, aparecía como ganadora de los comicios, pero a través de expresiones muy dispares: desde los islamófobos holandeses del Partido de la Libertad hasta los democristianos de la CDU-CSU alemana, abiertamente proeuropeos, pasando por los euroescépticos de Libertas, los conservadores austriacos del OVP y su alter ego antieuropeo FPO o la extrema derecha que encabeza el BZO.
En Hungría, el partido de extrema derecha Jobbik optaba a dos escaños, lo mismo que los ultranacionalistas rumanos del PRM (Partido de la Gran Rumania) o el asiento que cabía atribuir, en el estado en el que el recuento se encontraba al cierre de esta edición, a los ultranacionalistas eslovacos del SNS.
El cuadro resultante de estos comicios, aunque mucho más difícil de traducir a grupos de representación parlamentaria que en las ocasiones precedentes, parece despejar las dudas que existían sobre el apoyo de la nueva Eurocámara al actual presidente de la Comisión, José Manuel Durao Barroso, para que permanezca en el cargo durante un nuevo mandato de cinco años. A pesar de que Daniel Cohn-Bendit desde Francia llamaba ayer a la rebelión de la izquierda contra esa revalidación del mandato del político portugués, fiado en los buenos resultados de los Verdes en todo el continente, lo cierto es que el Europarlamento de centroderecha que resulta de las urnas no va a prestar nunca su apoyo a un candidato de izquierdas.
Voluntad común
Otra cosa es que entre las diferentes formaciones de derecha que van a sentarse en el hemiciclo alcance a definirse una voluntad común sobre un candidato -Barroso-, que encarna mejor que nadie la imputación de distante, gris, burocrática y marrullera con la que comúnmente se identifica -léanse los resultados que traducen las urnas y la abstención- al proyecto de construcción comunitaria.
Acusado frecuentemente de imprevisible, irresponsable, endofágico y narcisista, el Parlamento Europeo que resulta de estas elecciones es el más heterogéneo de su historia. En su seno van a convivir las corrientes proeuropeas clásicas con una galaxia de movimientos contrarios al proyecto común, algunos de los cuales llegan a la institución con el propósito, liso y llano, de dinamitar su ejecutoria.
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