Unos informes médicos revelan que se inyectaba semen de toro y testosterona para lograr un efecto similar al de la Viagra
08.02.10 - 00:37 -
DIANA ROMÁN
'Dime de qué presumes, y te diré de qué careces', dice el refranero. Parece que la sabiduría popular no se equivocaba en el caso de Adolf Hitler, porque su afán invasor escondía algún que otro complejo sexual. Quién sabe si fue por ese pelín de estrés que produce 'conquistar' el mundo, o tal vez por el temor a no ser capaz de satisfacer la fogosidad de una joven amante que contaba veinte años menos que él, pero el caso es que el Führer se atiborraba de un compuesto médico similar a la Viagra. Más en concreto, se inyectaba testosterona y un explosivo cóctel de semen y glándulas de la próstata de toros jóvenes que le ayudaban a seguir el ritmo sexual de Eva Braun.
El historiador Henrik Eberle y el profesor emérito de Medicina Hans Joachim Neumann acaban de publicar conjuntamente el libro '¿Estaba Hitler enfermo?', en el que revelan que el líder nazi era tan obsesivo con su salud que rozaba lo hipocondríaco. Confiaba tanto en la medicina tradicional como en los ritos esotéricos y llegó a tomar hasta 28 remedios al día para tratar las múltiples afecciones que padecía, entre las que se encontraban, además de la disfunción eréctil, dolores de cabeza, problemas de tensión alta y pólipos en la garganta. También tenía eczema -una enfermedad inflamatoria de la piel de origen alérgico- e insomnio, algo menos llamativo cuando se trata del personaje que desencadenó el conflicto armado más sangriento de la historia de la humanidad.
Para sufrimiento de sus colaboradores más cercanos, Hitler sufría además de una terrible flatulencia. Los informes y documentos desclasificados que estudia el libro revelan que el 'Maestro de la jeringa', como se conocía al médico particular del Führer, llegó a inyectarle pequeñas dosis de estricnina -un veneno muy usado en los matarratas- para aliviar las ventosidades del caudillo nacionalsocialista. El olor que desprendía era tal que muchos de los militares impregnaban sus pañuelos en colonia antes de entrar a los búnkeres que él pisaba durante la II Guerra Mundial.
Los investigadores aportan también documentación que desmiente muchos mitos y leyendas sobre Adolf Hitler. No hay ninguna evidencia, por ejemplo, de que el instaurador del Tercer Reich tuviera un sólo testículo. Tampoco de que tuviera deformado su pene a causa de un mordisco de una cabra, como narraban sendas leyendas urbanas. De igual forma, no hay manera alguna de probar que sufría de sífilis, como también se ha rumoreado.
Lo que sí se ha podido demostrar es que no eran fétidos sólo los gases intestinales del tirano. Según las conclusiones a las que ha llegado la odontóloga Menevse Deprem-Hennen en una tesis doctoral, Hitler tenía mal aliento. Tras analizar unas actas de su dentista personal, el general de las SS Johannes Blaschke, la facultativa asegura que es muy probable que tuviera miedo al dentista, ya que nunca osó hacerse un tratamiento que aliviara sus problemas bucales, sino que hacía llamar al dentista hasta ocho veces para hacerse apaños. «Se alimentaba muy mal y sufría parodontosis en las encías», cuenta Menevse al dominical 'Bild am Sonntag'. «Es probable que padeciera una fuerte halitosis», concluye.
A la luz de semejantes revelaciones, no vendría mal revolver un poco más en los informes médicos de la época para esclarecer si su pareja, Eva Braun, sufría una disfunción en su sentido del olfato.
08.02.10 - 00:37 -
DIANA ROMÁN
'Dime de qué presumes, y te diré de qué careces', dice el refranero. Parece que la sabiduría popular no se equivocaba en el caso de Adolf Hitler, porque su afán invasor escondía algún que otro complejo sexual. Quién sabe si fue por ese pelín de estrés que produce 'conquistar' el mundo, o tal vez por el temor a no ser capaz de satisfacer la fogosidad de una joven amante que contaba veinte años menos que él, pero el caso es que el Führer se atiborraba de un compuesto médico similar a la Viagra. Más en concreto, se inyectaba testosterona y un explosivo cóctel de semen y glándulas de la próstata de toros jóvenes que le ayudaban a seguir el ritmo sexual de Eva Braun.
El historiador Henrik Eberle y el profesor emérito de Medicina Hans Joachim Neumann acaban de publicar conjuntamente el libro '¿Estaba Hitler enfermo?', en el que revelan que el líder nazi era tan obsesivo con su salud que rozaba lo hipocondríaco. Confiaba tanto en la medicina tradicional como en los ritos esotéricos y llegó a tomar hasta 28 remedios al día para tratar las múltiples afecciones que padecía, entre las que se encontraban, además de la disfunción eréctil, dolores de cabeza, problemas de tensión alta y pólipos en la garganta. También tenía eczema -una enfermedad inflamatoria de la piel de origen alérgico- e insomnio, algo menos llamativo cuando se trata del personaje que desencadenó el conflicto armado más sangriento de la historia de la humanidad.
Para sufrimiento de sus colaboradores más cercanos, Hitler sufría además de una terrible flatulencia. Los informes y documentos desclasificados que estudia el libro revelan que el 'Maestro de la jeringa', como se conocía al médico particular del Führer, llegó a inyectarle pequeñas dosis de estricnina -un veneno muy usado en los matarratas- para aliviar las ventosidades del caudillo nacionalsocialista. El olor que desprendía era tal que muchos de los militares impregnaban sus pañuelos en colonia antes de entrar a los búnkeres que él pisaba durante la II Guerra Mundial.
Los investigadores aportan también documentación que desmiente muchos mitos y leyendas sobre Adolf Hitler. No hay ninguna evidencia, por ejemplo, de que el instaurador del Tercer Reich tuviera un sólo testículo. Tampoco de que tuviera deformado su pene a causa de un mordisco de una cabra, como narraban sendas leyendas urbanas. De igual forma, no hay manera alguna de probar que sufría de sífilis, como también se ha rumoreado.
Lo que sí se ha podido demostrar es que no eran fétidos sólo los gases intestinales del tirano. Según las conclusiones a las que ha llegado la odontóloga Menevse Deprem-Hennen en una tesis doctoral, Hitler tenía mal aliento. Tras analizar unas actas de su dentista personal, el general de las SS Johannes Blaschke, la facultativa asegura que es muy probable que tuviera miedo al dentista, ya que nunca osó hacerse un tratamiento que aliviara sus problemas bucales, sino que hacía llamar al dentista hasta ocho veces para hacerse apaños. «Se alimentaba muy mal y sufría parodontosis en las encías», cuenta Menevse al dominical 'Bild am Sonntag'. «Es probable que padeciera una fuerte halitosis», concluye.
A la luz de semejantes revelaciones, no vendría mal revolver un poco más en los informes médicos de la época para esclarecer si su pareja, Eva Braun, sufría una disfunción en su sentido del olfato.
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