"La devaluación del real también es proteccionismo", afirma Fernández
Los presidentes de Argentina y Brasil, Cristina Fernández y Luiz Inácio Lula da Silva, intentaron eludir ayer el espinoso asunto de las relaciones comerciales entre sus países, pero no lo consiguieron. Se encontraron en São Paulo, en el marco de un foro empresarial bilateral, y el malestar entre sus respectivos sectores industriales pudo más que los buenos propósitos de hablar sobre asuntos más agradecidos, como la posición común que los Gobiernos de Brasilia y Buenos Aires pretenden llevar a la cumbre del G-20, que se celebrará el próximo 2 de abril en Londres.
Lula, que profesa públicamente su oposición frontal al proteccionismo de los mercados nacionales y que, para predicar con el ejemplo, recientemente fulminó un plan de restricciones a la entrada de 3.000 productos en Brasil, mira con malos ojos la decisión argentina de imponer barreras comerciales a una lista de 200 productos, muchos de ellos brasileños.
Fernández, sin embargo, justifica la permanencia de estas licencias no automáticas de importación con el argumento de que la balanza comercial entre Brasil y Argentina se inclina desproporcionadamente hacia el primero, algo que, según ella, en tiempos de crisis rampante es mucho menos soportable. La presidenta argentina también esgrime la mala racha que atraviesa el sector industrial de su país y la necesidad apremiante de reestructurarlo. "Con economías de diferente desarrollo y una desventaja en la balanza comercial, es natural que se adopten medidas para no agravar una situación que es estructural", dijo ayer Fernández, que compareció ante la prensa junto a Lula.
La actitud del Gobierno argentino molesta al sector industrial brasileño, básicamente porque la crisis mundial ya ha impactado de lleno en Brasil y sus indicadores de crecimiento económico y producción industrial no paran de caer en picado. El último boletín semanal difundido por el Banco Central de Brasil sitúa la previsión de crecimiento para este año en el 0,59%, cuando el producto interior bruto (PIB) brasileño cerró 2008 en un alentador 5,1%. Para los industriales brasileños resulta especialmente sangrante el hecho de que su Gobierno anunció en enero nuevas restricciones a la entrada de 3.000 productos (aproximadamente, el 60% de sus importaciones) en su mercado. En aquel momento Argentina protestó enérgicamente y Lula, en un gesto paternalista y de buena vecindad, decidió dar marcha atrás con las barreras comerciales.
Según fuentes gubernamentales brasileñas, Lula no está de acuerdo con las medidas proteccionistas que se están aplicando en Argentina, aunque no le queda más remedio que respetarlas. "El proteccionismo es casi una religión. Cuando pasa algo [como la crisis mundial] todo el mundo quiere defender a sus empresas y a sus economías. Esto es normal", afirmó ayer Lula en tono conciliador. Sin embargo, hizo énfasis en la necesidad de que los países se protejan contra las prácticas de dumping y abogó por reforzar los intercambios comerciales con sus países vecinos. "Cuanto más nos vendamos mutuamente, más independientes seremos del bloque de los países desarrollados", concluyó.
Fernández, por su parte, se mostró menos diplomática que su homólogo brasileño y aludió sin rodeos a las que su Gobierno considera medidas proteccionistas brasileñas. "También es, por ejemplo, devaluar una moneda. La reciente devaluación del real frente al dólar también se podría calificar de medida proteccionista. Y los beneficios fiscales que algunos Estados brasileños otorgan a las empresas que se radican en sus territorios también pueden ser medidas proteccionistas", enumeró la presidenta argentina.
La tensión por la gresca comercial con el vecino austral, que tiene en pie de guerra a buena parte de la industria brasileña, vino a sumarse ayer a la difusión de dos encuestas que registran una preocupante caída de la popularidad del Gobierno capitaneado por Lula. El Instituto Brasileño de Opinión Pública y Estadística (IBOPE), cifró ayer en nueve puntos porcentuales la disminución de la aprobación popular al actual Gobierno. Según la institución, la buena imagen del Ejecutivo brasileño ha caído por primera vez desde el inicio de su segundo mandato, desde el histórico 73% registrado el pasado diciembre hasta el 64% actual.
Por su parte, la empresa de sondeos Datafolha apunta a una caída de cinco puntos en la aprobación de la gestión del Gobierno brasileño, desde el 70% registrado el pasado noviembre hasta el 65% de hoy. La mala noticia se debe, según los encuestadores, a los preocupantes indicadores económicos del país, que empeoran cada día que pasa.
Fernández, sin embargo, justifica la permanencia de estas licencias no automáticas de importación con el argumento de que la balanza comercial entre Brasil y Argentina se inclina desproporcionadamente hacia el primero, algo que, según ella, en tiempos de crisis rampante es mucho menos soportable. La presidenta argentina también esgrime la mala racha que atraviesa el sector industrial de su país y la necesidad apremiante de reestructurarlo. "Con economías de diferente desarrollo y una desventaja en la balanza comercial, es natural que se adopten medidas para no agravar una situación que es estructural", dijo ayer Fernández, que compareció ante la prensa junto a Lula.
La actitud del Gobierno argentino molesta al sector industrial brasileño, básicamente porque la crisis mundial ya ha impactado de lleno en Brasil y sus indicadores de crecimiento económico y producción industrial no paran de caer en picado. El último boletín semanal difundido por el Banco Central de Brasil sitúa la previsión de crecimiento para este año en el 0,59%, cuando el producto interior bruto (PIB) brasileño cerró 2008 en un alentador 5,1%. Para los industriales brasileños resulta especialmente sangrante el hecho de que su Gobierno anunció en enero nuevas restricciones a la entrada de 3.000 productos (aproximadamente, el 60% de sus importaciones) en su mercado. En aquel momento Argentina protestó enérgicamente y Lula, en un gesto paternalista y de buena vecindad, decidió dar marcha atrás con las barreras comerciales.
Según fuentes gubernamentales brasileñas, Lula no está de acuerdo con las medidas proteccionistas que se están aplicando en Argentina, aunque no le queda más remedio que respetarlas. "El proteccionismo es casi una religión. Cuando pasa algo [como la crisis mundial] todo el mundo quiere defender a sus empresas y a sus economías. Esto es normal", afirmó ayer Lula en tono conciliador. Sin embargo, hizo énfasis en la necesidad de que los países se protejan contra las prácticas de dumping y abogó por reforzar los intercambios comerciales con sus países vecinos. "Cuanto más nos vendamos mutuamente, más independientes seremos del bloque de los países desarrollados", concluyó.
Fernández, por su parte, se mostró menos diplomática que su homólogo brasileño y aludió sin rodeos a las que su Gobierno considera medidas proteccionistas brasileñas. "También es, por ejemplo, devaluar una moneda. La reciente devaluación del real frente al dólar también se podría calificar de medida proteccionista. Y los beneficios fiscales que algunos Estados brasileños otorgan a las empresas que se radican en sus territorios también pueden ser medidas proteccionistas", enumeró la presidenta argentina.
La tensión por la gresca comercial con el vecino austral, que tiene en pie de guerra a buena parte de la industria brasileña, vino a sumarse ayer a la difusión de dos encuestas que registran una preocupante caída de la popularidad del Gobierno capitaneado por Lula. El Instituto Brasileño de Opinión Pública y Estadística (IBOPE), cifró ayer en nueve puntos porcentuales la disminución de la aprobación popular al actual Gobierno. Según la institución, la buena imagen del Ejecutivo brasileño ha caído por primera vez desde el inicio de su segundo mandato, desde el histórico 73% registrado el pasado diciembre hasta el 64% actual.
Por su parte, la empresa de sondeos Datafolha apunta a una caída de cinco puntos en la aprobación de la gestión del Gobierno brasileño, desde el 70% registrado el pasado noviembre hasta el 65% de hoy. La mala noticia se debe, según los encuestadores, a los preocupantes indicadores económicos del país, que empeoran cada día que pasa.
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